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martes, 30 de octubre de 2012

5º: El amor y la paz al pueblo mapuche


El empeño puesto por los gobernadores españoles como Martín García Oñes de Loyola de mantener la paz con las belicosas tribus de la Araucanía tenía que ser ayudado por alguien, se adoptó la unánime decisión de recurrir a los misioneros jesuitas.

El Padre Luis de Valdivia, llego a Chile en 1593,  después de una estadía en Perú. En nuestro país se convirtió en rector de la orden jesuita en 1595 tras el retiro del Padre Baltazar de Piñas.

Su obra entrañable estuvo ligada con la guerra defensiva y por lo mismo recurrió a dos de sus hombres, Vega y Aguilera, para que recorrieran los sectores de Arauco, Tucapel, Cañete, Angol, entre otros. Siempre acompañados por un grupo de soldados españoles ante cualquier eventualidad.

Los dos padres entablaron una buena relación con los mapuche, que a la postre fue tan bien visto por el Padre Valdivia, que este mismo en 1597 decidió venir a estas tierras y estuvo interno en la Araucanía, por casi siete meses, encantado por este pueblo.

Todo iba bien, hasta que la situación se volvió hostil, un año después, al desencadenarse un levantamiento mapuche generalizado en el sur de Chile, debiendo regresar a la capital, fundamentalmente por el orgullosos conas que no creían en los acuerdos impulsados por los indígenas de mayor rango, como los caciques.

El 19 de marzo de 1605 llegó el Padre Valdivia a Penco y para cumplir con su tarea recorrió los territorios del lafkenmapu (zona costera de la actual Provincia de Arauco) parlamentando con caciques en Catiray, Arauco, Quiapo, Tucapel, Cayucupil, Lebu y Paicaví.

Finalmente, nada de esto resulto y hasta el mensajero del Padre Valdivia fue muerto por los mapuche, pues se descubría que este tratado de paz, no era más que una solicitud a que los indígenas se replegaran al norte del río Itata, algo que nadie iba a hacer. Un rotundo fracaso para el Padre Valdivia, quien debió volver a Lima a dar explicaciones, tras una decisión del gobernador, que veía con mejores ojos la llegada de refuerzos y afianzar aún más la conquista militar, que lo estaban a punto de hacer: la conquista evangelística.

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